lunes, 7 de junio de 2010

CAPÍTULO 4 – Pérdida de la humildad

















Duele la cabeza, así de grande es el miedo y la soberbia, desde hace tres días se han acumulado emociones y reacciones personales por el encierro. Ansiedad, estrés, tensión, ira, frustración, miedo, coraje, dolor, resentimiento, odio, capricho, agonía, desesperación, entre otros sentimientos. Se desencadenaron en un horrible dolor de cabeza, atacó al obeso por sorpresa, cuando visitó a quien sería su nutrióloga por casi cuatro meses, en el Fraccionamiento Los Remedios. -¿Qué remedio a mi padecimiento puede resultarme mejor?- Se preguntó el regordete personaje, aun quejándose de su dolor y cargando la molestia de una sicóloga ignorante de sus emociones, así él la hacía menos a la inútil practicante quien ni una pastilla le permitió tomar para su malestar.


-No es nada lo que tienes- Repitió hasta el hastío la sicóloga, pero al paciente de la Clínica Mejoría no le importaban sus palabras y quería hacer su santa voluntad.


-¡Tu puta madre es lo que tengo! ¡Me duele la pinche cabeza! ¿Qué no entiendes? Jamás tengo estos putos dolores y me sales con esas mamadas de que no tengo nada- Casi ladraba Barry González, de cariño conocido como “Barrigón”, sus ojos se desorbitaban por el coraje provocado, segura colitis nerviosa en sus adentros, él ignoraba que ese dolor de cabeza era provocado por sus miedos y no aceptación de una enfermedad mortal, la obesidad. No mejoró su condición, menos la relación con su sicóloga. Su furia lo hacía hundirse en sus propias carnes y daba pequeños sobresaltos cuando alzaba la voz, imponiéndose torpemente frente a la mujer que, defendiéndose con su inteligencia, apenas logró domar a aquel jabalí salvaje.


De vuelta con la nutrióloga, el dolor de cabeza aun era fuerte en el obeso. Llegó al consultorio y la secretaria del local le pidió que llenara un formulario.


–Tarea fácil- Pensó el obeso. –Hay cabrón, no puedo escribir la dirección de mi casa, repito las letras y se me nubla la vista. ¡Hay cabrón qué tengo! ¡No mames es el medicamento! ¡El medicamento me chingó!


El pánico envolvió a Barry casi al instante, dejó a un lado el lápiz con el que llenaba su formulario. Se percató que escribió incoherencias en el papel, no se entendía nada, estaba muerto de miedo, asustado como un chiquillo porque no sabía qué le ocurría, desconocía por qué su cuerpo reaccionaba así. Por primera vez no tenía control sobre sí mismo y, lo que más le dolía, no sabía qué lo provocaba.


-Se nubló mi vista. Sentía comezón en las manos. Culpé al medicamento que el pendejo siquiatra me recetó. Un tarado con tendencias políticas de la minoría. De aquellos pelmazos que les llega un coletazo de la vida política y se enganchan aunque pierdan, lo único aceptable es que era aficionado de los Pumas de la UNAM. Le comenté al doctor lo que me ocurría, si mi dolor y problema visual era causado por el medicamento y él lo descartó. Después, en mi sesión con mi sicóloga, ella notó que mi rostro se tornó amarillo. Inmediatamente llamó al doctor, me tomó la presión arterial. Era un engaño sicológico, todo estaba bien, marcó 130 sobre 80, poco arriba de lo normal.


Ese día aparecieron los tres enemigos más fuertes del obeso: ansiedad, miedo y soberbia. La ansiedad escurría sudor frío por sus poros, pestilente emoción sin pena ajena desataba el apetito bestial del obeso y transformaba en dinamita pura sus sentimientos para herir a otros.


El medio a lo desconocido, a un plato de cereal con leche, a dormir entre drogadictos y alcohólicos, sentirte señalado, juzgado y criticado por llenarse el hocico de comida, tragar con las manos sin usar cubiertos mientras la panza se desbordaba desde el pantalón, ocultando la hebilla del cinto y la propia sexualidad del obeso. Miedo a no tener el control, pero si nunca lo tuvo en su vida. Miedo a la despersonalización, a usar máscaras para engañarse a sí mismo y otros. ¿Quién lo conoce? ¡Nadie conoce a Barry! Ni sus propios padres, conocen al hijo pero no a él monstruo de su enfermedad.


Y ese monstruo, su peor faceta es la soberbia. Ser su propio Dios, decir “Yo puedo”, cuando solo ha conocido el fracaso. Cada gramo de grasa en su cuerpo lo confirma: es un agnóstico, ingobernable, culero y sin corazón. Ha perdido la humildad y el contacto con su verdadero yo.


Pero ¿Qué significa humildad para un obeso, alcohólico u drogadicto?

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