jueves, 3 de junio de 2010

SOBRE LA PIEL DE UN ADICTO - CAPÍTULO 3 - ¿POR QUÉ LO HICE?


A todos les impactó la noticia. Nadie la esperó.

-Me internaré en una clínica contra adicciones- Dije a mis amigos, familiares y conocidos.
-¿Pero cómo? ¿Tú un adicto?- Se inquietaron todos al saberlo.
Pocos disfrutan la ignorancia de todos, una minoría se regocija cuando la sorpresa toca a la puerta, pasa de largo y escupe en las caras con alevosía y ventaja. Fue un bocadillo de satisfacción por la inesperada reacción de todos, hombres, mujeres, jóvenes, adultos mayores, funcionarios públicos, sacerdotes, colegiados, artistas de calle, músicos y el núcleo familiar deformado por una enfermedad… la obesidad.

-¡Pendejo cómo dejas tu trabajo sólo porque no puedes bajar de peso! ¡Vámonos a correr mejor!-
Eran los insultos, consejos y bolsas de bilis de quienes una vez fueron amigos de un adicto a la
comida. Le dieron la espalda en su decisión, lo apoyaron, dudaron de él, no creyeron capaz la hazaña contra los kilogramos, menos nadie imaginó que había un trasfondo sicológico, una manta enorme que colgaba sobre el cuello del obeso con la siguiente frase “Vivo para comer, no como para vivir”.
El entorno cambió. Los conocidos se volcaron sobre un aura negativa. El adulto obeso no esperó mucho de ellos, menos halagos. Seguían preguntándose “¿Por qué?”. La marea subió sin haber luna llena, continuos pensamientos iban en estampida sobre la nuca regordeta del adicto, golpeaban su carnosa y vulnerable figura como olas de mar, ahogándolo en su grasa, sofocándolo noche tras noche mientras yacía sobre su cama, extendido hacia los lados, desapareciendo el colchón entre los pliegues de su humanidad venida a menos y admirada por los curiosos que querían ver al adicto adentro de una jaula, como un fenómeno, animal de circo. Que los obesos son la diversión de todos, nadie lo olvide, tienen los mejores chistes, se ríen de sí mismo cuando están despiertos, ni en sus sueños se tragan la alegría de vivir porque aun dormidos infelices son.

Hasta en los últimos momentos previo a su partida, el obeso se despidió de su familia nada más, otros no lo acompañaron, el envío de mensajes vía teléfono celular fue su escape de la realidad, sobre una pequeña pantalla de cristal digitó su ruina venida a verdad… no hay peor conciencia que aquella sin remordimiento, no hay peor gordo que aquel sin llorar ante una mujer insatisfecha sexualmente. La pantalla del celular resultó pequeña para los dedos regordetes y torpes del ser de grasa, presionó varias letras cuyo mensaje era de socorro mandado a algunos amigos. Hubo muestras de afecto, llegaron antes de viajar a Durango, la tierra de los alacranes y los alaridos celestiales cómo frías bofetadas en todo el cuerpo, pegándose sobre la piel como colillas de cigarros y una canala tirada entre los zapatos de unos adictos a la piedra.
El obeso se sintió seguro de decir que este era el primer día de su encierro voluntario, aun así se pregunta ¿Por qué lo hizo?

1 comentario:

xhabyra dijo...

uuuta que sabrosa se mria esa pinche tortota.


xhaludos!