martes, 19 de mayo de 2009

Cacería de brujas

Las pecas de su pecho la excitan, se pierden entre los granos de arena cuando camina sobre la bahía. Ahí van 22 veranos que derriten a corazones fríos, envueltos en ropa ajustada, escote prominente, tacones de aguja y falda corta. La libido de sus ojos susurra al oído de las mujeres, ellas le responden a Natasha: “Princesa, los príncipes azules pasaron de moda, ahora las brujas queremos cazar a las damiselas”.

Puerto Viejo, las mareas del sexo rejuvenecen a los bañistas, mujeres vírgenes nadan entre las aguas que ondean y bañan su pubis, lo humedecen, esencia salina que Natasha disfruta. Vaivén pasional que enrojece al sol, sacrifica su luz y alumbra a la noche… despierta la reina de “Exótica”.

Tres veces visité “La rosa en el opal”, no encontré lo que buscaba. La lista de centros nocturnos se agotó, recorrí sin suerte cada centímetro de esos tugurios. La trabajadora social me mintió, quizá fue el velador del otro bar, “La santa virgen”. Ambos afirmaron “Ahí trabaja Natasha, puedes encontrarla sin problema”. La operación “Velo negro” está muerta.

Me pica la espalda, no aguanto vestir saco y camisa todas las noches. Quiero regresar a mi departamento, me espera la cacera, con su cara de pocos amigos y mucho dinero. No hay dinero en mis bolsillos, me caben las manos y no sale nada. Uso la tarjeta de crédito, voy a un bar de mala muerte, de esos donde escupen en el suelo, las putas te quieren mamar el pecho, sacas 100 pesos y no se detienen. Mis ojeras se caen hasta la barra del bar, el cantinero me mira feo, sirve mi trago a la fuerza pensando que lo voy a morder. ¡Qué pendejo! Tomo mi trago de un sorbo, me levanto de mi asiento y salgo de la cantina.

Hace frío esta noche, la calidez de la tarde escapó con el sol. Desde los callejones escucho cuchicheos, cuerpos que gimen fuera de la cama y el látex. Hojas de metal cortan la carne de inocentes, alguien sangra y otro se queda con la mejor parte. Las calles gritan miseria, las ratas se arrastran entre agujas vacías, andan en sus cuatro patas pateando oro blanco que nadie inhaló. Esas calles me llaman, conocen mi nombre, saben por qué camino sobre ellas y no las juzgo, yo salí de su vientre.

“¡Natasha dónde estás!” -Nadie respondió-. La he visto una vez, no más. Hace tres semanas, cuando terminó su ritual en las aguas de Puerto Viejo. Abandonó los brazos de Poseidón, dios mitológico de los mares, la amante de la deidad griega se vistió debajo de su toalla, despojó su cuerpo del bikini blanco que ocultaba sus secretos carnales. Pantalón de mezclilla, playera negra y tenis amarillos, así la conocí.

-Amiga, olvidó su bolso -Lo levanté de la arena para dárselo-.

-Gracias hermosa. Siempre es bueno tener un pretexto para conocer a otra mujer.

Se recogió el pelo con sus manos, se ató una cola de caballo y me invitó a salir, tomamos un café. Acepté sabiendo que tenía cólicos, me cayó pesado pero disfruté lo que quedó de la tarde con ella. A las ocho de la noche se despidió de mi, dijo que trabajaba en una tienda de licores. No le creí pero me pase su mentira, con el último trago de mi café. Esa tarde cambió su nombre por Diana, pero a mí me gustan las brujas porque las princesas me aburren.

Tres veces tocaron a mi puerta. Era otro día, dos meses después de ese café. Apenas escuché los golpes sobre la madera, me levanté de mi cama en bragas y sólo me puse una bata encima. Salí de la habitación, atravesé la sala y abrí la puerta principal sin preguntar quién era. No había nadie. Quien tocó la puerta dejó un sobre azul sobre el tapete. No había nadie en el pasillo de mi piso, tomé el sobre y cerré la puerta de mi departamento.

Dormí unas horas más, desperté a la una de la tarde, todavía con migraña de las copas que bebí la noche anterior. Entré al baño y me incliné en el escusado, le rendí tributo cuando vomité los licores nocturnos, lavé mi boca con pasta de dientes, después me bañé con agua fría. Se me enchinó la piel, mis pezones despertaron de su sueño y así siguieron hasta que los encerré en un brassier 34 D. Mis pechos me han valido la renta, ahora quieren revelar un misterio.

Abro el sobre azul, es una carta de mi informante. Toda la ceremonia secreta la hago sobre la mesa de mi cocina. Agarro una taza con te de manzanilla, para no irme de este mundo, un pan salado y pastillas para la jaqueca. Me mata sentirme así, con una bomba de tiempo adentro de mi. Por eso dejé a mi última pareja, era un tarado que nunca entendió que cuando decía “sí” era “no” y al revés. Maldito sobre, lo cerraron como si fuera súper secreto, hasta una uña me rompió. Aun no leo la carta pero ya sé quién la firma, la señora Romerty.

“Querida Pompeya, las chicas ya me dijeron cuáles son tus intenciones y pienso que no son malas. Te vamos a hacer una audición, porque es el protocolo que todas deben de seguir. Tu lugar lo tienes asegurado, es temporal no lo olvides. Dime cuando tengas información de ‘velo negro’, ella sabe muchas cosas que nos pueden perjudicar en el negocio. Te prometo discreción en todo, tú nomás cúmpleme y dime cómo quieres llamarte para prepararte tu entrada musical”.

Otra vez estaba sobre el camino correcto. No dude ni un segundo en la veracidad de la carta. En el sobre azul venía una pequeña tarjeta de presentación, el anexo decía “Presentarse en La madrastra de las lobas a las 10 de la noche para audición. Nombre de pista necesario”. Me miré al espejo que estaba en el comedor, contemplé mi cuerpo. Estoy buena, los hombres y las mujeres me admiran, puedo darles lo que quieran. Decidí llamarme “La bondadosa”.

Respeto a la figura plateada. Es la primera regla de cualquier lupanar. Es tu instrumento de trabajo, no lo olvides. Puedes tocarlo con tus manos o pies, jamás lo beses porque tiene una maldición. Despídete de tu identidad pública, hoy te presentarás ante un público diferente. Ellos te dirán cuándo hablar, cuándo callarte, cómo moverte pero jamás te tocarán. Pierdes el respeto por ti misma y, a la figura plateada, que juraste venerar.

El ritual me convenció, está vida fue hecha para mi. Llegué a las diez de la noche a “La madrastra de las lobas”, el mejor centro nocturno de Puerto Viejo. Iba con una gabardina café, abajo traía mi atuendo, nomás se me veían los tacones negros y mis uñas rojas. Éramos cinco candidatas, peleamos por el tubo plateado, sin misericordia enseñamos nuestros atributos y los regalos extras que los cirujanos plásticos nos dieron. Obra de Dios y de la estética. Las otras cuatro mujeres eran guapas, una hablaba ruso, otra alemán, ellas eran las más altas, ambas rubias, de nalgas grandes y piernas gruesas como troncos de madera. Tremendos monstruos, podrían ser unas buenas yuntas para arar el terreno de mi abuelo. Las otras dos mujeres, de Estados Unidos, tenían pelo oscuro y café castaño, piel blanca y ojos color miel, unas bombones “yankee”.

Desde que llegamos, esperamos quince minutos afuera del bar, un hombre corpulento, de tez negra, ojos como trozos de carbón y calva rasurada nos pasó a las cinco candidatas. Entramos a las tinieblas, el sonido de tacones rebotaba en las paredes de un estrecho pasillos, paredes de ladrillos sin cubrir, avanzamos hasta perderse el olor de nuestro perfume, olía a tierra mojada y paja. Montaron la pista de baile sobre un coliseo miniatura, había mujeres desnudas alrededor debajo de la pista, tres morenas jugueteaban entre la paja amarilla y el lodo, se perdían entre la tierra buscando lo rosado de su clítoris. Esa escena nos asustó y excitó a todas. Don Amareto apareció frente a nosotras, nos recitó el juramento de las lobas, comenzando por el respeto a la figura plateada.

Una por una hicieron su presentación. Todas fueron buenas pero Don Amareto las despidió a todas, menos a mí y a la rusa.

-Quiero que ambas se besen. Ahora son amantes y lo harán frente a mí -dijo el hombre con voz raspada por el alcohol.

Música suave con coros cálidos, el disc jockey preparó nuestra velada. Me dejé querer. Jugué a la inocente, mi compañera me superó en años. Las cuerdas del violín, su sonido eran gemidos a mis oídos, el sólo de guitarra, las manos de mi mujer. La rusa despojó mi cuerpo de sus atavíos. Mis bragas de rojo encaje y brasier las tiró, cayeron a los pies de las negras que estaban fornicando. Me miró a los ojos, sus manos estaban sobre mis pechos, la cintura, mi boca, la extensión de mi espalda, no terminan de recorrer donde se esconden mi lencería. Sus manos hurgan mi cuerpo. Me acuesto en el suelo, está frío, mi espalda sobre el suelo y empezamos. Ambos encendemos la pasión de nuestros cuerpos. Hierve la sangre cuan más muerde mis labios, quiere arrancármelos y yo la muerdo más fuerte. Dime la verdad. ¿Te gusto rusa? Y responde llevando su mano a mi vagina. Oh, suelto un gemido. Sorpresa, porque siento toda su mano dentro de mí. Florece, suelta su polen y escurre por mis piernas, moja el suelo. Terminó la audición.

Ambas pasamos la prueba. Don Amareto estaba excitado. Su pantalón manchado, había sangre en su labio superior y las manos le sudaban.
-Se quedan las dos -Anunció el hombre complacido por nuestros encantos.

La cacería de brujas duró ocho meses. Natasha se esfumó de Puerto Viejo. No dejó rastro, sin darme cuenta ocupé su lugar.

-Llamado en cinco minutos “Bondadosa”.

-Estoy lista, Don Amareto.

-Quiten las manos de la pista caballeros. Damas, destápense la blusa. Esta noche nos visita la realeza. ¡Aplaudan a la reina de “Exótica”
AUTOR: SAMUEL PARRA

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia que escribes es algo fuerte para el que te esta leyendo.Inicia un poco lento pero poco a poco vas atrayendo al lector hasta sumirlo en una voragine de ideas y pensamientos sucios y atrayentes para los amantes de lo erotico y sensual te felicito por esto.

Anónimo dijo...

Samy echale ganas escribes muy bienherse