miércoles, 20 de mayo de 2009

VELO NEGRO


Desde atrás de la barra, todas las mujeres lucen igual. La lencería con encaje escalda su piel, quema las impurezas para que manos adineradas las palpen. Buscan tesoros entre pliegues carnosos, dedos inquietos cosquillean los límites entre lo público y lo privado...

-¡Regresa con ustedes la reina de Exótica!-

Todos aplaudieron, ante la aparición de esta mujer. Un alma morbosa más y reventaría el strip club, "La casa de la madrastra", en una esquina olvidada de Puerto Viejo.

La reina de Exótica abrió los ojos, robó el aliento de sus espectadores. Aquella pista de baile pertenecía a una sola mujer, la noche tenía implícita la palabra sexo.

Entre ella y su público había un vacío de mesas y sillas. Acérquense, les dijo, con sus manos los atrajo a todos hasta el borde de la pista. Esas mismas manos, desnudaron el cuerpo de Natasha. Cae su brasier, aparecen las alas del ángel caído, la mariposa pliega sus brazos hasta la cadera, ahí se detiene. Caen sus bragas, abre el compás entre su ombligo y la pista de baile. Anda la reina de Exótica, mueve pasiones, arranca sueños, el público quiere más. Los mira a los ojos, a todos. Saca sus miedos y los transforma en deseo. Soy el deseo, suspira la bailarina. Soy lo prohíbido, sentencia la prostituta. Soy la virgen, miente la mujer. Lo redondo de sus senos detienen el tiempo, segundos que avanzan despacio, hasta detenerse en la comisura de sus pezones y los dedos traviesos que los pellizcan. Las manos se vuelven bocas, ojos que gimen si los miras, piel marchita y renace con la luz de los reflectores. Una mano, se toca el vientre. Otra mano, palma su vagina. Dos dedos, adentro y rozan las paredes de su sexo. Es el juego que se repite, excita a su público ansioso de más, más movimientos, más lujuría. ¡Muéstrate como eres Natasha!

Y desde otro sitio, en el strip club, "Bondadosa" observó la escena. Por fín, aparecíó la bailarina que Pompeya tanto buscó. Pensaba que ese era su número, su público, su dinero. Se transformó en prostituta para perseguir a Natasha, no la encontró y decidió quedarse en ese mundo, hasta esa noche. Regresa a su camerino, abre su bolso y saca las llaves de su cajón personal. Quita el candado del cajón, está abierto y agarra una pistola Magnum 45. Voy a matar a esa perra, dice para sí misma.

El disc jockey apaga las luces, sube el volumen de la música y Natasha sube por el tubo plateado hasta el techo. Su público la mira, quieren que baje y abra las piernas otra vez. La reina de Exótica está excitada, derrama pasión entre el tubo, su falo plateado, gotea sobre la pista y los espectadores pasan sus manos encima del nectar salpicado. Y una mujer la mira, con el maquillaje de ojos corrido, oscurece sus mejillas y se cuela entre su alma.

-¿Y jaló el gatillo? ¿Murió Natasha? Preguntó una joven mujer, de 16 años.

-No lo sé. Esa noche estaba en otra ciudad. Me contrató un ejecutivo, para una fiesta privada. -Contestó otra mujer, de años pasados a más. Mientras se viste entre cuatro paredes, gritan pasíón azulada, reina el minimalismo, oscuridad que adormece a los corazones.

-Señoritas, dejen de contarse historias alucinantes. La operación "velo negro" no se detiene. -
Chasquea dedos anillados con oro, piedras preciosas arrebatan el brillo de sus ojos, el dinero nada más compadece al alma de "La madrina".
-¿No entiendo qué vamos a hacer? Nadie me explica qué es "velo negro". -Sin su sexo tocado, virginidad egoísta, quiere saber más la bailarina de pocos atardeceres vistos.
-Yo misma te lo diré, cuando tu sexo les robe el aliento a todos.

Continuará...

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