viernes, 8 de mayo de 2009

EL DISTRITO FEDERAL Y YO -DESDE EL AIRE TE CONOCÍ


Todavía se mantiene fresco el recuerdo de mi llegada al Distrito Federal. Aun me aterra la idea de subir a un avión para regresar a Mazatlán, así llegué al DF y volé encima de sus edificios sombríos, secos de vida. Los envuelve una cortina tóxica de gases, como una manta que les cae desde el cielo cada día. Sobrevolamos el Castillo de Chapultepec, el Monumento a los Niños Héroes, parte de la Avenida Reforma e incontables edificios populares cuyo nombre hoy no recuerdo.

Por fin se descargó el disco de Ricardo Arjona, son las 23:05 y mis ánimos regresan con "Pinguinos en la cama".

Busqué y busqué en internet, ni siquiera un libro turístico me auxilió, para conocer la Ciudad de México. Descubrí a un gigante dormido, soñoliento pero a veces sonríe y es egoísta como aquel ser que describió Oscar Wilde en su cuento "El gigante egoísta". La historia se basa en un enorme personaje, gruñón y sin amigos, su vida cambió cuando un grupo de niños le enseñó a vivir plenamente. Nosotros somos los niños, unos inquietos mexicanos ajenos al Distrito Federal, queremos cambiar a los capitalinos, enseñarles los ánimos de quienes vivimos en el norte pero su monotonía los hunde en una pesadez que atrofia corazones, alma y vida.

Desde el aire conocí al Distrito Federal, nos encaramos él y yo a las 9:00 horas. No le avisé cuándo vendría, ni cuáles eran mis motivos para caminar sobre sus calles. Abracé el anonimato, me escondí entre sus barrios y mágicas colonias. Mi acento sinaloense me delató, era un mazatleco entre millones de "chilangos" y la boca del monstruó se abrió ante mi.

Le conocí muchas voces, a la ciudad de los pasos superiores. Reconocí la selva de concreto, me acorralaron fieras de dos piernas, ojos saltones, pelo chino sin peinar y morenos descendientes de los aztecas. "Míralos nada más, parecen changos estos chilangos", fue mi impresión en el aeropuerto internacional Benito Juárez. A las 9:30 horas, del cinco de enero, ya tenía mis maletas en mano y esperaba que alguien pasara por mi para llegar a mi nueva casa.

La espera no demoró, quice minutos después la hija de mi casera, Noemí, legó a la "ALA A" donde arriban los vuelos nacionales, ahí me saludó y caminamos hasta el estacionamiento para movernos a la Colonia Hipódromo Condesa.

A media mañana, de aquel frío y nublado lunes de enero, llegué a mi nuevo hogar, la "Casa de los girasoles"... Continuará.

PREVIAMENTE

Son las 22:40 horas en el Distrito Federal. Desde mi computadora descargo el disco "Adentro", de Ricardo Arjona para inspirarme en esta entrada de mi blog.

Escribo sin ánimo. La ciudad me deprime. Perdió su magia porque ya no me asombra. Sus millones de habitantes aceleran su paso, quieren ganarle al verde del semáforo, a las puertas que se cierran solas en el metro, a el microbus que no hace paradas contínuas y al sueldo quincenal que no rinde, lo exprimimos hasta sacarle las últimas gotas: ocho pesos para un torta de tamal y cinco para un jugo boing.

Vivir al 110 por ciento es la premisa de los habitantes del Distrito Federal, no basta ya el 100 por ciento porque nadie quiere ser mediocre ni llegar tarde a su trabajo. Y desde enero, que habito esta metrópoli, reconozco que Mazatlán no es aburrido, me gusta, pero disfruto el estres de una metrópoli como esta.

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